miércoles, 27 de mayo de 2009

Una ciudad dependiente del automóvil deja de ser ciudad...

Ciudadanos en red
26 de mayo de 2009
Una ciudad dependiente del automóvil deja de ser ciudad...

Hoy en día, prácticamente todo el mundo habla de "movilidad sustentable". Desde las asociaciones ecologistas o con otras temáticas, hasta organismos multilaterales como el Banco Mundial o la industria automotriz, pasando por las administraciones públicas municipales, estatales o federales; todos están de acuerdo con el propósito de alcanzar una "movilidad sustentable".

Y no es muy difícil saber por qué. Muestras no faltan: tráfico vehicular congestionado, inaccesibilidad del transporte, tiempos de desplazamiento cada vez más reducidos, transporte público desarticulado, poco profesional, inseguro, obsoleto y contaminante.

Sin embargo, como no todos los agentes –sociales, económicos y gubernamentales– que emplean el concepto en sus discursos, planes y/o propuestas, definitivamente se refieren a lo mismo, es muy importante diferenciar qué posturas existen sobre la movilidad urbana sustentable, para estar en condiciones de apoyar un planteamiento acorde con las necesidades de desplazamiento en la ciudad.

En términos generales, para algunos "movilidad sustentable" consiste en que los desplazamientos de personas y mercancías, de bienes y servicios, sigan incrementándose "indefinidamente", pero aprovechando mejor los recursos energéticos y materiales requeridos, y reduciendo sus impactos.

Para otros, "movilidad sustentable" representa una reflexión sobre los límites de la movilidad humana, es decir, los límites de la demanda de desplazamiento de bienes y servicios entre dos lugares.

Como generalmente se emplean ambas visiones de la "movilidad sustentable", sin que esto implique una postura integral del tema como sostienen los ortodoxos de uno y otro bando, el concepto ha dejado de explicar, volviéndose un recurso político (demagógico) sin sustento.

No obstante, es pertinente recuperarlo, pues hay algo más en riesgo que un concepto.

Esta confrontación puede apreciarse cuando el debate se concentra en la movilidad urbana. Pero más específicamente en lo tocante al transporte en las ciudades, donde el punto de fricción más importante es el papel reservado al automóvil.

En efecto, unos consideran la necesidad de mantener, mejorar o extender el uso del vehículo particular, para lo cual proponen mejoras tecnológicas o apelan a la educación y cultura cívica de los ciudadanos para evitar su mal uso. Para otros, sin embargo, de lo que se trata es de reescribir el papel asignado al automóvil en la ciudad.

Para los defensores de esta última postura, el planeta pone límites evidentes a la generalización del uso del vehículo, entre otras razones porque no existe petróleo suficiente para extender el parque y el uso del automóvil, ni tampoco parece muy sensato contribuir de manera explosiva al cambio climático y otras perturbaciones atmosféricas.

Además, para este grupo allí donde el automóvil ha monopolizado el sistema de transporte urbano, la ciudad desaparece. Es decir, la "ciudad" dependiente del automóvil pierde buena parte de sus rasgos de comunicación, integración social y convivencia que precisamente designan el hecho urbano. La masificación del automóvil no sólo deteriora los bienes colectivos, sino que acaba incluso destruyendo las ventajas individuales que promete el vehículo.

Como vemos, el debate sobre la movilidad urbana sustentable, que es lo que más debería preocuparle a los ciudadanos, se ciñe sólo al tema del automóvil.

Ahora bien, por fortuna se comienza a consolidar la idea de que para evitar la dependencia del automóvil es impostergable mejorar el transporte público y facilitar el tránsito peatonal y de bicicletas, junto con el establecimiento de mecanismos de disuasión y restricción activa del uso del vehículo privado. Para cierto sector esto último significa cortar drásticamente con el pasado, reconociendo de aquí en adelante que el automóvil debe dejar de ser protagonista de la movilidad urbana.

Además, debe advertirse que el nuevo papel del automóvil no debe centrarse sólo en los renglones de las infraestructuras. Es preciso que dicho papel se inscriba en un conjunto de políticas de fondo, tales como urbanísticas, educativas, sanitarias, industriales, comerciales, etcétera, las cuales determinan el contexto de uso de cada medio de transporte.

Por ejemplo, las políticas urbanísticas o de localización de los diferentes equipamientos o actividades urbanas son las que de un modo más directo determinan las necesidades de desplazamiento. Un urbanismo que aleja los equipamientos, los empleos y los comercios de las viviendas mina las posibilidades de que el transporte colectivo funcione correctamente o que puedan emplearse medios alternativos de movilidad, como caminar o ir en bicicleta.

Finalmente, y de un modo más local, las autoridades no pueden dejar de trabajar para que las escuelas públicas no se degraden, así como tampoco los servicios de salud, ni el comercio de barrio, y deben evitar a toda costa que la percepción de la seguridad en el espacio público se diluya, porque entonces el automóvil se vuelve a convertir en el protagonista de la ciudad.

En conclusión, es preciso promover un uso más racional del vehículo particular concomitantemente con políticas urbanísticas que no signifiquen ampliar las distancias entre las diferentes necesidades de la población. Esto significa que, como ciudadanos, se proponga que las autoridades doten a sus gobernados con un transporte público de calidad, seguro, eficiente, accesible y ecológico, junto con la promoción del uso de trasportes ecológicos, que beneficien la salud.





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